Por: Luz María Cisneros de Castañón
La mayoría de los seres humanos tendemos a juzgar a las personas por su apariencia, permitiéndonos emitir juicios sin más fundamento que aquello que percibimos, a veces someramente, de los demás.
Desde que leí en internet (no todo es malo), un artículo intitulado âLas Cuatro Estacionesâ, quedé realmente complacida con su contenido. Y desde entonces, no pierdo la oportunidad de hacer referencia al mismo, Y hoy, a través de este hermoso espacio de expresión, les ruego me permitan comentarlo.
Un padre de familia, muy preocupado porque sus cuatro hijos juzgaban con ligereza a los demás, haciendo resaltar los supuestos defectos que según ellos tenían, los reunió y les dijo que les iba a encomendar una tarea a cada uno de ellos. La cual consistía en que cuando él se los indicara, irían a ver un árbol que se encontraba distante del poblado y al cual debían observar detenidamente.
A su hijo más joven lo envió a observar el árbol en invierno, al otro en  primavera, a otro en verano y a otro en otoño.
Una vez que los cuatro hijos cumplieron sus órdenes, nuevamente los reunió y sentados cómodamente en la pequeña sala de su hogar y ante la presencia de su esposa, que estaba enterada de todo, le pidió a su hijo más pequeño, que le contara cómo era el árbol que él había visto.
El hijo haciendo una mueca de horror, le contestó a su padre, que el árbol  era feo, seco y torcido. Y no se explicaba por qué, las personas que vivían cerca de él no lo habían cortado para hacer leña.
El padre le pidió al hijo que había enviado en primavera, que le platicara cómo era el árbol. El hijo le dijo que en el árbol se apreciaban pequeñas protuberancias, como brotes de vida nueva y que sus ramas lucían espléndidamente verdes.
Le pidió al tercer hijo, que había enviado en verano, le describiera el árbol y éste le contestó, que había contemplado un hermoso árbol lleno de flores aromáticas, que perfumaban todo el entorno.
Y por último le solicitó al cuarto hijo que había enviado en otoño, su opinión y éste dijo que era maravilloso el árbol que había mirado, estaba lleno de frutos, con unas peras dulces y jugosas con las que se deleitó el paladar.
Entonces el padre les expresó, que los cuatro habían visto un sólo árbol. Y ante el asombro de sus hijos, les dijo que el árbol en las distintas estaciones presentaba un rostro diferente a quienes lo miraban, pero que era el mismo.
Y enfáticamente les subrayó, que estaba preocupado porque ellos, sus hijos amados, estaban acostumbrados a poner adjetivos calificativos a quienes los rodeaban; adjetivos que la mayoría de las ocasiones eran ofensivos.
Y que nunca se debía juzgar a los demás por las simples apariencias, ya que si alguien desconociendo la verdadera esencia del árbol, hubiera hecho caso a su hijo más pequeño y lo hubiera talado; los demás hubieran sido privados de contemplar sus brotes, de aspirar el aroma de sus flores y de paladear lo exquisito de su fruto.
Y agregó que así como el árbol, el ser humano es mucho más que lo que se ve a simple vista. Porque su verdadera esencia aunque a veces parece que destila hiel, puede esta llena de miel y aunque a veces parece tonta o sosa o inútil,  puede albergar  un espíritu lleno de luz y amor.
Y que por lo tanto, era necesario siempre ver más allá, de las simples apariencias. A lo que los hijos respondieron que habían entendido la lección.
Espero, distinguido lector (a), que esta reflexión le sea útil.