- Pablo Hernández y Bernabé Abraján, padres de dos normalistas de Ayotzinapa de quienes se desconoce su paradero desde 2014, visitaron el ITESO para participar en una charla en la que reivindicaron la exigencia que mantienen desde hace un decenio: verdad y justicia para sus hijos. La actividad se realizó en el marco de la Cátedra Jorge Manzano, SJ.
Zacatecas, Zac.- Primavera, verdecillo, jacaranda, clavellina, colorín, cacalosúchil, todos son florales y, cuando se les cuenta, dan un total de 43: son árboles para recordar a Abel, a Jhosivani, a Christian, a Magdaleno, a Everardo… a cada uno de los 43 normalistas de Ayotzinapa cuyo paradero se desconoce desde septiembre de 2014. Entre los árboles caminan Pablo Hernández y Bernabé Abraján, que platican con sus anfitriones, Alejandro García y Armando Bañuelos, mientras de fondo se escucha el ruido de la construcción del Edificio Poniente del ITESO. Pablo y Bernabé acudieron a la universidad para participar en el diálogo “A 10 años de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa”, organizado como parte de la Cátedra Jorge Manzano, SJ. Ambos, Pablo y Bernabé, ven el terreno, caminan, miran los árboles: dos de ellos están ahí para recordar también a Miguel Ángel y a Adán, sus hijos, desaparecidos en Iguala, Guerrero, la noche del 26 de septiembre de aquel año.
“El ITESO es su casa”. Con estas palabras, Elías González, coordinador de la cátedra, da la bienvenida a los padres de los normalistas. En la mesa, dentro de la Black Box del Edificio V, se encuentran Alejandro García, académico del ITESO; Armando Bañuelos, coordinador en Jalisco de la Asamblea Popular y Solidaria, Pablo Hernández y Bernabé Abraján. Delante de la mesa, dos lonas muestran los rostros de Miguel Ángel Hernández y Adán Abraján —el de Miguel, en una fotografía; el de Adán, en una ilustración—, detenidos en el tiempo: son los rostros que tenían hace diez años. Para dar una idea del tiempo que ha pasado sin que se esclarezcan los hechos y sin que las familias sepan dónde están sus hijos, cuando los normalistas fueron privados de la libertad, la mayor parte de la audiencia que llena el recinto estudiaba la primaria.
La charla comienza con un recuento histórico a cargo de Alejandro García, quien sintetiza en unos minutos lo que ha pasado desde la noche del 26 de septiembre: la desaparición de los muchachos, las primeras investigaciones, la llegada del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), el anuncio de la conocida como “verdad histórica”, el apoyo del Equipo Argentino de Antropología Forense, el hallazgo de restos humanos y la identificación de tres de los muchachos —Alexander Mora Venancio, Christian Alfonso Rodríguez Telumbre y Jhosivani Guerrero de la Cruz—, detenciones, la creación de comisiones, las promesas de campaña de Andrés Manuel López Obrador y el distanciamiento entre el presidente y las familias.
Después toca turno a Armando Bañuelos, quien recuerda que desde octubre de 2014, luego de la marcha del día 2, un grupo de estudiantes del ITESO, de la Universidad de Guadalajara y otras personas activistas se organizaron para hacer cosas en solidaridad con los padres de los normalistas. “Hubo mucho activismo en los primeros días porque sabíamos que el tiempo era importante; lamentablemente no se encontraron”, recuerda y explica que desde entonces la Asamblea Popular y Solidaria de Jalisco ha buscado acompañar a los padres y las madres de los muchachos. Enfatiza: “Les acompañamos, no se les sustituye porque ellos se representan a sí mismos. Nosotros sólo los vamos a acompañar hasta donde sea necesario”. Bañuelos añade que sobre lo ocurrido en Iguala “sabemos que hay muchos responsables y también el ejército, por lo que lamentamos la posición del Presidente que ha tratado de deslindar al ejército”. El activista concluye diciendo que la apuesta es por la verdad, para que salga a la luz, y por la justicia para el caso, y hace un llamado a la empatía y a la solidaridad.
“Mi hijo quería ser maestro”, dice Pablo Hernández Morales. “Entró a la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa porque nosotros somos de bajos recursos, no podemos pagar una escuela. Él se quedó bien contento porque pasó las pruebas y el examen”. El padre de Miguel Ángel relata cómo los estudiantes fueron a botear para reunir recursos para trasladarse a Ciudad de México a la marcha conmemorativa del 2 de octubre y dice que en todo momento estuvieron vigilados por las autoridades. “Nuestros hijos fueron atacados en Iguala. Fue una masacre de Estado. Fueron atacados cobardemente. A la fecha no han aparecido nuestros hijos”. “Nuestros hijos” es la frase que más repite durante su intervención.
Recuerda la promesa de campaña de Andrés Manuel López Obrador: investigar el caso cayera quien cayera y topara donde topara. “Íbamos bien, hasta que toparon con el ejército”, dice Pablo Hernández y agrega: “ya no quieren darnos información. Todo ha sido una mentira del gobierno que ya no quiere que sigamos con nuestra lucha”. Recuerda cómo eran las cosas durante la administración de Enrique Peña Nieto —“nos atacaban, nosotros seguimos”— y cómo han sido con López Obrador —“teníamos mucha confianza en él, pero hasta la fecha nos ha llevado con puros engaños”—. Agradece a las y los estudiantes presentes en la charla y dice: “Me da mucho gusto que en Guadalajara siempre tengan presentes a nuestros hijos en su corazón y que sigan luchando para que regresen. Gracias por estar con nosotros”. Cuando termina, el silencio se rompe con un aplauso tímido.
“Adán es mi único hijo varón que tenía yo y el gobierno lo desapareció. Toda su infancia lo tuve siempre a mi lado; donde yo iba, él iba conmigo. Era mi mano derecha: me ayudaba a sembrar maíz, frijol, me ayudaba a cosechar”. La voz de Bernabé Abraján se quiebra, pero las palabras no se detienen. Cuenta cómo fueron las últimas horas del 26 de septiembre, cuando supieron que estaba pasando algo. Relata que al día siguiente, el 27, “los fuimos a buscar a barandilla, a la cárcel. Ese día y el 28 estuvieron haciendo los conteos para ver quiénes faltaban. Primero faltaban 65, se siguió llevando la cuenta hasta que vimos que faltaban 43, entre ellos mi hijo”. La voz se quiebra.
Bernabé Abraján también hace un recuento del camino que han recorrido. Él no lo menciona, pero ese camino incluye una parada en el ITESO, en 2017, cuando a la Biblioteca Jorge Villalobos Padilla, SJ, llegó una exhibición itinerante de carteles en solidaridad con Ayotzinapa. Él estuvo en la inauguración. Cuenta cómo “tuvimos que hacer de policía, de investigadores, salir a campo, a Iguala, a buscar dónde encontrarlos, porque el gobierno no hizo nada”. Él también expresa su descontento con las acciones de Andrés Manuel López Obrador. “Como padres, nos ha decepcionado. Dice que nos dejamos llevar por nuestros abogados, que los expertos y las organizaciones que nos apoyan quieren hacerlo quedar mal, pero nosotros confiamos en estas organizaciones porque lo que sabemos es gracias a ellos”. Reitera que el Presidente está cubriendo a la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) y dice que ahora están a la espera de que Claudia Sheinbaum asuma la presidencia para reunirse con ella. “Dice que no se va a cerrar el caso, pero si no estudia los informes de los expertos, va a ser lo mismo”.
La ronda de preguntas y respuestas se convierte en una ronda de intercambios: las y los estudiantes agradecen a los padres por su visita, por su testimonio, por su lucha; los padres agradecen la solidaridad y hacen llamados: “Hay que alzar la voz y hacer a un lado el miedo. Nosotros perdimos el miedo”, dice Bernabé Abraján, que responde a todas las intervenciones. “Agradecemos a quienes todavía se acuerdan de nosotros, porque todavía no recibimos verdad ni justicia”; “El ejército participó, que no lo quieran aceptar es otra cosa”.
La charla concluye con una frase que resuena desde hace muchos años: “Porque vivos se los llevaron, vivos los queremos”. Las y los estudiantes se retiran. Pablo y Bernabé recorren el campus acompañados por Alejandro y Armando. Llegan allá donde 43 árboles recuerdan a 43 estudiantes. Dos de esos primavera, verdecillo, jacaranda, clavellina, colorín, cacalosúchil llevan la memoria de Miguel Ángel y Adán.