Por: Jorge Gustavo Castañon Cisneros
Alcanzar la ansiada frontera norteamericana es, lamentablemente, el sueño de muchos paisanos nuestros, quienes por diversas causas y factores ven en ello una mejor opción de vida.
Contar con familiares directos o indirectos, amigos u otra relación afectiva con una persona que radica en los E. U., es un incentivo para que muchos de ellos vean fortalecida su aspiración de ingresar a los Estados Unidos.
Piden y esperan su apoyo, ya sea para solventar los gastos que genera la entrada indocumentada a través de los llamados âcoyotesâ, ya sea para buscar algún recurso legal (peticiones familiares) o para buscar algún contacto que les ayude a lograr el âcruceâ a suelo americano y  buscar, al igual que su familiar o conocido, instaurarse en una nueva vida, que a su juicio, les ofrece más ventajas que desventajas.
Desafortunadamente en ciertas ocasiones, lejos de encontrar un respaldo en su contacto dentro de los E. U., se ven ante una situación de indiferencia o rechazo que deriva en un desgaste de la relación afectiva o familiar que les unía.
Expondremos un caso a manera de ejemplo:
El señor Raúl S. oriundo de la comunidad de Palmillas, Ojocaliente, radicó de manera indocumentada en los Estados Unidos por cerca de 23 años. Con él se llevo de âmojadosâ a dos hijos, una mujercita y un varón, así como a su esposa. Actualmente radican en el estado de Colorado, pero aún de manera indocumentada. Ya dentro de la Unión Americana, procrearon una niña hace 21 años.
El Sr. Raúl fue deportado en una redada el año pasado. Regresó a su localidad natal y ahí pasa su vida. Su esposa e hijos se quedaron. Ninguno puede salir y entrar libremente a la Unión Americana por su estatus de no residentes legales. Al parecer, intentaron realizar ciertos procedimientos con ayuda de un abogado que les asigno el estado, pero el Sr. Raúl ni contó con el dinero para pagar la fianza, ni quiso esperar dentro de una prisión una audiencia con un Juez de Inmigración.
La familia contaba con la esperanza de hacer efectiva parte de su âinversiónâ de vida que fue engendrar una hija ciudadana americana. Ella al cumplir los 21 años
podría iniciar los procedimientos para que ambos padres pudieran, dentro del tiempo requerido por la ley americana, inmigrar por fin legalmente a los
Estados Unidos.
El problema estuvo en que la joven hija se rehusó a iniciar dicho procedimiento argumentando diversos pretextos. Esto generó no sólo la decepción del Sr. Raúl, quien vive solitario en su casa de Palmillas, sino sumió en una profunda molestia a los hermanos y en un sentido desencanto a su madre.
Las condiciones que rodearon el desarrollo de la vida en el seno familiar del Sr. Raúl las desconocemos. Esto nos impide contar con elementos para identificar o explicar plenamente la reacción de su hija menor. Obviamente, la parte con la que se tiene contacto directo y personal, que es el Sr. Raúl, argumenta que siempre se le trató con cariño y cuidado como a sus otros hijos, pero al tiempo y de manera muy velada acepta que la familia fincó en la hija y hermana, la posibilidad
futura de âarreglar papeles legalesâ.
Representaba cierto sentimiento esperanzador. Contar con un âciudadano americanoâ que al cumplir la mayoría de edad requerida, los sacaría de aquel limbo en el que habían vivido y desempañado sus actividades diarias. Sin ella, no se habrían arriesgado a permanecer tanto tiempo en la Unión Americana con el peligro
constante de perderlo todo ante una posible deportación. Con ella, sabían que en un momento determinado de mala fortuna, podrían recurrir a los recursos legales que les asistieran como familiares inmediatos de un ciudadano de los Estados Unidos.
Desde que la menor de las hijas del Sr. Raúl cumplió los 21 años, ha pasado ya casi un año. Ella trabaja, paga impuestos federales y estatales, se casó hace casi 10 meses con un joven de origen hondureño, quien tampoco cuenta con papeles. Tienen un hijo y viven en una pequeña casa en Denver, Colorado.
En cierta ocasión que pudimos establecer comunicación con ella, expuso que no tiene dinero actualmente, que un proceso así le tomaría mucho tiempo y su trabajo se lo impide, que también es prioridad para ella âarreglarâ a su esposo, etc.
Evidentemente, después de 23 años, el Sr. Raúl se encuentra al principio del camino. En Palmillas, Ojocaliente. Sólo que la situación ha cambiado. Tiene casi 60 años de edad. Ahora no está su esposa, ni los dos hijos con quien cruzó a la Unión Americana. Tampoco está su hija menor. Los hermanos se encuentran sumidos en un conflicto con su hermana. La madre con su hija. La tachan de âdesagradecidaâ, de âegoístaâ, que si ella quisiera, podría ayudar a
sus padres a âarreglar papelesâ, que se los âdebeâ, que es su âobligaciónâ, que para eso es ciudadana americana.
Los meses pasan y los rumbos que tomarán al interior de la vida familiar en el caso expuesto los desconocemos. Un caso desafortunado que nos muestra parte de los claroscuros del fenómeno migratorio. Convivimos con muchos de estos perfiles cotidianamente. Gente que vive el día a día paseando a sus hijos ciudadanos
americanos. Aquellos que alcanzaron a nacer allá antes de que deportaran o se saliera voluntariamente el migrante. Caminan por ahí con la ilusión en ocasiones aletargada, en ocasiones a flor de piel, de que cuando su retoño cumpla los 21 años, podrá âarreglarâ a su familia, al fin que para eso es âciudadano americanoâ.
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