Por: Jorge Gustavo Castañón Cisneros
A unas cuadras del Consulado General de los Estados Unidos en Guadalajara, México. 6:30 de la mañana. âDoñita, Don, ya es hora, hay que bajarnos todos pa´bajoâ Con esta frase, una voz femenina, cuyo léxico evidencía apenas una educación mínima, irrumpe en el caluroso amanecer que se gesta fuera de aquel autobús tipo Marcopolo modelo 2001 proveniente de Zacatecas.
Cuarenta y seis pasajeros. Cuarenta y seis sueños, mil oraciones se aprontan a bajar de aquella unidad que les llevó hasta su entrevista con el destino. âYo noâmas los puedo acompañar hasta la puerta del Consuladoâ continuaba diciendo aquella muchacha que les asignaron como âEdecánâ.
Uno a uno, caminan en dirección a la fila que ya se avizora en la entrada de metal y malla por la calle Progreso. Se reagrupan en el trayecto, los niños toman a sus madres. El abuelito toma la mano de la abuela, quien no suelta su San Judas Tadeo. Los hombres desfilan con las manos en los bolsillos que sacan de cuando en cuando para fumar un cigarrillo o para ajustarse el sombrero.
Todos aferrándose a sus papeles: títulos parcelarios, cheques del Procampo, folios de Oportunidades, pólizas del Seguro Popular, entre otros. Algunos los llevan en un sobre bolsa color azul, otros en carpetas, los más, en una bolsa de plástico.
No queda más que esperar. El sol emerge, los oficiales de seguridad del Consulado Americano ordenan las filas, revisan, cuestionan. Las puertas se abren y comienzan a entrar a un espacio, donde por unos momentos, las reglas del americano se aplican con rigor. Los acompañantes se quedan en la otra acera, de pie, con la mirada fija.
Los minutos y las horas pasan, tal cual entró cada persona comienza su salida, Con mirada de tristeza, las señoras de edad se niegan a admitir que seguirán sin ver a sus hijos. Que seguirán sin conocer a sus nietos. Con el coraje en los puños de los señores quienes, abatidos, se resignan a no poder ir porque según el oficial consular no tienen solvencia económica.
Sólo tres personas salieron avantes, cruzan la calle sin poder ocultar su alegría, con una hoja que dice que deben de esperar de dos a tres semanas para recibir su visa por paquetería. Una hoja que encierra la dicha. Pero no son ajenos a sus compañeros de viaje, con pesar miran a su alrededor a los otros cuarenta y tres que regresan con las manos vacías.
A quienes fueron rechazados les duele haber erogado gastos considerables de sus ahorros, ya que en la mayoría de los casos sus ingresos son raquíticos, pero ante todo les duele el sentimiento, ese en el que pareciera que su ser amado se ha alejado aún más.
Y aquí emerge la paradoja, casi todos los que no calificaron sabían dentro de sí que no tenían probabilidades, pero nadie lo expresó, nadie lo admitió ni siquiera para sí.
Lo sabían aquellos a quien ese viaje les representaba su tercera visita en poco menos de dos años a solicitar un documento migratorio, con los mismos negativos resultados. Lo intuían los otros, quienes entendían que no tenían recursos económicos, quienes llevaron su expediente en bolsitas de plástico o de red, aquellos que gastaron su PROCAMPO para este fin. Todos aquellos a quienes el perfil de ingresos era opuesto a lo que la ley americana marca como Solventes Económicos. Lo presentían los demás, aquellos que pidieron la visa para poder ver a sus hijos a quienes no han podido ver desde hace años. Desafortunadamente, para la ley, esos hijos no cuentan con papeles.
Lo presentía la âmuchachaâ que los bajó del taxi aquel primer día que acudieron a la Secretaría de Relaciones Exteriores, lo presentía la âmuchachaâ que les llenó su forma de solicitud con errores ortográficos y caligrafía deficiente. Lo presentía la dueña del local que, entre fumada y fumada, les pedía anticipo para apartar su lugar en el camioncito que va al Consulado.
Y estas personas vislumbraban sus probabilidades mínimas, no por su alto grado de sapiencia en materia de inmigración, sino por la experiencia de que viaje tras viaje no traen más de tres o cinco visas aprobadas. Pero su negocio no es orientar, preparar o concientizar a los interesados, ya que no están calificados para ello. Su negocio es llenar camionetas, microbuses y autobuses con todas aquellas personas que invariablemente acuden día a día a tramitar su pasaporte con la ilusión de obtener una visa. Labor que no es mala per se, lo que resulta anti-ético es que para lograr tal fin, algunos exploten a estos seres humanos prometiendo alto nivel de probabilidad, cobrando cuotas injustificadas, argumentando pretextos de inverosímil credibilidad.
Es verdad, para muchos la suerte es factor imprescindible en estos trámites, es verdad que eventualmente hemos visto que califica un solicitante quien parecía de difícil perfil, pero son los menos, una reducida cifra en los cientos de peticionarios diarios de nuestro estado.
Creemos firmemente, que todo mundo debería decidir lo más conveniente para sí, basados en la herramienta de la información, de las consideraciones que marca una profunda reflexión. Con la esperanza fincada en el cumplimiento cabal del la ley americana. Realizando cada paso del protocolo en un entorno de fe. Fe en sí mismos porque el fin es honesto y verídico. Que no hay favor alguno en solicitar una visa al Oficial Consular.
Creemos que es erróneo fincar en la suerte un procedimiento de estas dimensiones y con el significado que tiene para mucha de nuestra gente, que se ve divida por la distancia, la geografía y la ley con su contraparte en la Unión Americana.
14:30 hrs. Ciudad de Aguascalientes. El autobús recorre el trayecto destino a Zacatecas, pocos duermen. Las miradas en el punto ciego. Los padres se cuestionan qué hicieron mal y piensan cómo decirle a su hija o hijo que no pudieron calificar. Tristemente piensan que la culpa es de ellos.
Los hijos seguirán creciendo con la voz de su padre por teléfono, cada quien imaginando como van modificándose sus rasgos por el paso del tiempo. Otros, hacia adentro se convencen que volverán a hacerlo. Que quizás en dos meses ahora sí tengan âsuerteâ.
De entre el silencio brota una espontánea broma que grafica el humor del mexicano, tan nuestro, tan útil. âMendigos gringos, que al cabo que no le hace, por lo menos esas horas sí estuvimos dentro de su tierra y sin visaâ¦â. Risas leves arranca tal comentario, miradas nostálgicas siguen las muecas del emisor. Gracioso y dramático. Para muchos eso fue cierto, su estancia dentro del Consulado General de los Estados Unidos en Guadalajara, fue lo más cercano a pisar tierra americana.
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