Por: Mayli Estévez Pérez
Fotos: Héctor Darío Reyes
No es un día más en la Isla, hoy se amaneció más temprano que ayer. Todavía el amanecer le pide permiso a la noche y las calles de cada ciudad están inundadas de sus hijos que esta vez parecen puestos de acuerdo, y entre el azul, rojo y blanco de la bandera cubana enrumban sus pasos hacia el mismo punto.
Esta vez los puestos laborales no tienen edad, y el pequeño Javier, le pidió a papá que lo vistiera con ese uniforme que él se pone todas las mañanas. ¡Yo quiero ser como tú! Y así subió a sus hombros, y a la par de los mayores tomó la bandera entre sus manos y gritó por Cuba y la Revolución, esa palabra que le parece, a su corta edad, tan importante.
Y se hizo la fiesta el día 1ro, del mes cinco, ese que es la antesala del verano. Se armó el festejo entre toda la familia. Allí levantó su voz el veterano, el abuelito que luce honrado sus medallas y guarda sus memorias tan honestas como esos pasos, que ahora son cortos y pesan.
Lo hizo el maestro, ese que cada mañana habla de Martí, el Che y Fidel, de canciones infantiles y de semillitas que se plantan y luego dan sus frutos.
No faltó el médico, aquel que previene y cura, aquel que te habla con dulzura a pesar de tener a sus espaldas una jeringuilla nada cariñosa.
Tampoco el campesino, que esta vez se llevó a la Plaza, su sombrero y las muestras de cuanto cultiva, para que la Patria comprobara el sudor que le regala todos los días.
Volvieron los barbudos a las calles de la Isla, más pequeños y juveniles.
Un planeta donde las protestas y reprimendas de la policía son el plato en la mesa de los trabajadores, mientras en Cuba, en esta pequeña isla del Caribe, la familia cual escalera de edades, hizo suyo este amanecer para juntos sencillamente decir: ¡Gracias por marcar la diferencia!