¿Un mal necesario… o un bien pervertido?

Lic. Matías Chiquito Díaz de León

Delegado del INE en el Estado de México

El regreso de los candidatos independientes, también llamados candidatos sin partido, viene a poner mayor tonalidad al debate sobre el desempeño de los partidos políticos, no solamente en su vinculación con el ejercicio del poder político, sino, también, por lo que hace a su presencia y actuación en la vida cotidiana del individuo. Si asumimos como válidas las encuestas sobre la valoración que el individuo tiene de los partidos políticos, las que siendo múltiples y levantadas en diferentes momentos resultan coincidentes, podemos apreciar que su nivel de aceptación gira alrededor del seis por ciento, compitiendo con los sindicatos, los diputados y los senadores de la república.

El tema adquiere relevancia ahora ya que con el regreso de las candidaturas independientes los partidos políticos deberán competir con ciudadanos aún no valorados en su desempeño y que, por lo mismo, generan, al menos por ahora, expectativas positivas ante el electorado. Teniendo un nivel de aceptación como el mencionado, los diez partidos políticos que van a las elecciones de 2015 tendrán que desplegar esfuerzos extraordinarios y dar muestras de apertura eminentemente democrática en su vida interna, a fin de lograr un posicionamiento aceptable ante el público elector. El propio sistema electoral tendrá una oportunidad de oro para confirmar si los partidos políticos son, en efecto, lo que podría calificarse como un mal necesario para el régimen democrático o, por el contario, si resultan ser un bien para las instituciones, pero que se han pervertido en función de la actuación misma del individuo que los conforma y les da vida; de ese mismo individuo que ahora podría estar en la contienda electoral sin necesidad del patrocinio de los mal valorados partidos políticos.

El tema no es solamente de los políticos ni debe ser ajeno a nuestras ocupaciones cotidianas, por la simple razón de que las decisiones que en ese ámbito se toman, nos afectan cotidiana y directamente; piense en cualquier tema de su vida diaria: seguridad, educación, salud, energía eléctrica, impuestos, gasolina, casetas de cobro en carreteras, tráfico y contaminación, trámites engorrosos. En fin, todo lo que se le pueda ocurrir, no le aparece y lo padece por generación espontánea, todo es regulado desde el poder político, que se integra nada menos que a través de la acción de los partidos políticos. ¿Y usted? ¿Dónde ha quedado? Nadie le ofrecerá que tome parte en esos asuntos, no; solamente le pedirán su voto.

Luego entonces, ¿hacia dónde nos dirigimos como país? La respuesta no es nada fácil, pero lo que sí aseguro es que no podemos marginar nuestra participación en los temas que son de interés o que nos impactan negativamente en nuestra vida diaria. El fatalismo no hace otra cosa más que acentuar los efectos del mal funcionamiento de nuestro sistema político y social. Aún cuando solamente nos corresponda votar, puede ser ésta la más grande decisión si valoramos en su justa

medida las ofertas que se nos presentarán. De nada sirven los lamentos y descalificaciones por el desempeño de la clase política gobernante, somos parte del problema y está en nuestras manos resolverlo; todo está en aceptar nuestras circunstancias, entenderlas y transformarlas.

Los partidos políticos, hasta ahora, son la forma más aceptada de organización social que hace posible que el sistema democrático funcione y tenga viabilidad en el largo plazo. Aún de la mala evaluación que tienen por parte del ciudadano, más que una mal necesario, podríamos decir, son un bien para las instituciones, también necesario; en todo caso, si se han pervertido, es por la acción misma del propio individuo, que ha sujetado, sin limitación aparente, el interés general a su interés directo y de grupo, y que hace de lo público su patrimonio personal.

Sin importar la forma en que el ciudadano deba organizarse, su acción frente al poder político debe ser en lo colectivo, es decir, de manera propiamente organizada. No hay forma mejor de encausar los intereses colectivos, más que en la acción colectiva y ésta no puede ser voluntariosa o discrecional. No se puede, recuerde que “en arcas abiertas hasta el más honrado peca”. Las transformaciones se hacen posibles en la acción organizada, regulada y evaluada. Una parte del camino ya está andado: las figuras de organización social más reguladas y evaluadas son nada menos que los partidos políticos y están, pueden estar, a su disposición y servicio, todo está en que Usted lo decida. Puede imaginar cualquier otra forma de integrarse y accionar frente al poder, no obstante, donde menos riesgo correrá es con esta figura ya existente, que son los partidos políticos.

Podemos aprovechar lo que ya está regulado y, sin a nuestro juicio no funciona de manera adecuada, pues hay que transformarlo. Los partidos políticos, considero, no son un mal necesario; sí son necesarios, claro, pero no son malos de origen. Más bien, podemos concluir, siendo un bien para las instituciones democráticas se han pervertido debido a la acción del individuo que actúa y los opera sin controles reales, aunque sí aparentes. Los controles necesarios para corregir esas perversiones no se pueden dejar solo a las regulaciones legales, se requiere una acción colectiva informada e interesada en transformar las instituciones, que en esencia son democráticas, para que funcionen de manera virtuosa. Ese será nuestro mayor reto como sociedad: transformar a los partidos políticos hasta lograr su plena vinculación con los ciudadanos y los grandes intereses generales.

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