La ruta del norte. Odisea de sangre y lágrimas

Fotos: Misael Camarillo / MIRADOR

“Tengo como tres meses ya viajando en tren, pero en la ciudad llevo ya tres días. Me regreso para Irapuato para buscar otra frontera y tratar de pasar a Estados Unidos”… Así, con el cansancio reflejado en el rostro, la tristeza en la mirada y la soledad a cuestas, cuatro amigos hondureños deambulan por las inmediaciones de la ciudad de Zacatecas, con la esperanza de encontrar los medios económicos suficientes para poder seguir el camino, incierto y difícil, pero que al final de cuentas les llevará a mejor destino. O al menos eso pretenden.

Los demás con los que veníamos se fueron para Caborca, mencionan, y aunque sí les da miedo que les pase algo en el camino, pero como en nuestros países estamos mal en la economía y no tenemos mucha comida, además de que tenemos muy poco dinero y no se compra mucho, buscamos llegar a un lugar mejor.

Me pesa haber dejado mi familia por allá, pero tengo el sueño de llegar a Estados Unidos y poder ayudarles de mejor manera, expresan, y sabemos que si algo nos sucede, tal vez nadie les de aviso a nuestra gente.

A veces nos dan ganas de regresar, añaden los jóvenes, pero allá lo más que ganamos son cien pesos. Se hace más difícil por los gastos de viaje entre más personas sean, agregan. No sabemos si vamos a encontrar trabajo una vez que lleguemos, pero si lo conseguimos podremos mandar a nuestras casas, donde les va a rendir mucho más. “Si no encontramos dónde trabajar, me regreso para con la familia”, expresan.

El riesgo es grande, aumentado por las duras condiciones de inseguridad que privan en México, pero el que no se arriesga nunca tiene, dicen. Ya fueron asaltados por el rumbo de Tapachula, señalan, lo mismo que en Tabasco y en Tamaulipas. También fue asaltado uno de ellos en Ciudad Cuauhtémoc, en donde estuvo trabajando por tres meses, y donde lo golpearon en la cabeza.

Por otro lado, señalan que hicieron el intento de que los reclutara conocido grupo delincuencial, pero no fueron aceptados. Andan a la aventura, dicen, y a pesar de no tener familia en Estados Unidos, piensan no dejar de insistir hasta lograr su cometido.

A nuestro paso la gente nos ha tratado bien, “está chida”, afirman, incluso nos dan comida. Hemos trabajado en algunos lugares, pero no en Zacatecas.

Tengo una hermana que quiere venir también, pero le digo que no, porque han agredido a muchas personas y es peligroso, dice uno de ellos, mejor que se quede en Honduras. Nos ha tocado ver que violan y matan a personas en el tren, y de Palenque para allá te vienen cobrando 100 dólares para que te subas, y si no se los pagas no te subes. Si te subes sin pagar te matan, advierten.

Cuando trabajamos tenemos la oportunidad de comprar algo de ropa y tener algo de dinero, lo que nos da la oportunidad de vestir mejor y poder subirnos a los camiones, dicen. Esto nos facilita un poco el transportarnos. Sin embargo, hasta el momento no hemos delinquido para poder sobrevivir. Preferimos pedir, y si no sale algo de dinero, nos vamos para otra ciudad. Ninguno de nosotros, argumentan, ha requerido atención médica, afortunadamente.

“Sueño con pasar a Estados Unidos para poder construir una casa para mi hijo, de manera que el día que yo ya no esté, que no se quede sufriendo en la calle; quiero que sea alguien en la vida. Yo ya he intentado pasar dos veces, pero no se ha podido”, apunta otro de los amigos.

Mi familia me abrazó cuando salí de la casa, y sé que me persignan cuando voy en el camino. Aunque llevo tres meses en México, a mi gente hace ya como un año que no los veo. No les hablo tampoco por falta de dinero y de trabajo, dijo. Si se olvidaron de mí, es su problema. Yo sigo luchando por mis sueños. Mi hijo está muy pequeño, va a cumplir 3 años el 5 de noviembre, y quiero poder darle cosas; aunque tengo dos hijos, el otro no lo tengo yo, sino su mamá. El hijo con el que me quedé lo cuidan mis suegros, añadió.

Estuve como 6 meses trabajando en Guatemala, en la rueda de la fortuna de una feria. En ese entonces sí llamaba para saber de mi hijo, pero luego ya no pude, comentó con un dejo de tristeza. Agregó que su esposa no trabajaba tampoco para mantener a su otro hijo. Se la pasaba en fiestas tomando y fumando. Reuní un dinero para mandárselo pero no se lo mandé, porque los dos somos padres del niño, y tenemos derechos y obligaciones iguales.

Aunque algunos de ellos ya pudieron pasar, los detuvieron las autoridades migratorias del vecino país del norte y los deportaron a México. No los desanima ni el clima, la inseguridad o la falta de dinero. A como dé lugar siguen embarcados en esta negra odisea de sangre y lágrimas. Todo es poco para conseguir el sueño americano.

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